Floriografía
“¿Qué cosas estas diciendo, Afrodita?”
“¡Le juro que ese hombre nos
rescató! ¡No debieron detenerlo!”
Los padres de todos los niños presentes estaban furiosos, Evette,
desconsolada, le pedía una y otra vez al sacerdote que no llamase a los suyos,
¡Decía que no lo volvería a hacer! ¡Que no volvería a la avenida! Pero los
policías de todos modos se lo harían saber. Afrodita le daba palmaditas en la
espalda, esperando poder ayudarla a calmarse, la niña, sin poder contener su
pena, continuaba derramando mares de lágrimas.
¿Qué iba a saber él? Mencionaba Louis, ni siquiera tenía padres. Así que
prefirió alejarse, tenía razón, a un margen de distancia, observó como todos se
llevaban a cada uno de los niños a sus respectivos lugares de refugio, un
galpón que estaba detrás de la iglesia; los padres de Evette desconcertados
llegaron, la misma dio un sobresalto y bajó su cabeza atemorizada, pero la
abrazaron tras dos palabras de reprimenda. La abrazaron como si su vida
dependiera de ello. Las lágrimas de la niña afloraron más. Alrik al despedirlos,
y verse solo cerca del confesionario, se dirigió hasta donde se encontraba
Afrodita, y le indicó que podrían sentarse.
-Esos hombres… ¿eran los que mencionaban en los periódicos con la “trata de
blancas”?- cuestionó en un susurro el pequeño ojos azules.
El hombre asintió.
-¿Qué hacen con los niños esos hombres?
-Los venden como mercancía, y otras cosas mucho más feas.
-¿Es verdad que a las niñas si las atrapan, les va peor que a los niños?
El sacerdote extendió su mano y la posó sobre su cabeza. Era un tema
sumamente crudo, y no pretendía añadir más cargas a su ya de por si colapsada
mente. A Afrodita le rugió la panza.
-¿Tienes hambre?
- … sí-
-Vamos a cenar-
*
Era muy tarde y no podía conciliar el sueño. Dio muchas vueltas en su cama,
hasta que derrotado, se hizo un ovillo yéndose al rincón de la misma, justo
contra la pared. Las monedas que había trabajado las había dejado sobre el
escritorio del depósito de libros, y se sintió triste al tener dos días enteros
de no ver a Acacia. La mujer le hacía mucha falta, pero, a pesar de ello, debía
aprender a ser un hombre: ¿Iba a permitirse verla llorando de nuevo? Ese era un
no definitivo.
Al recordar todo lo sucedido en el transcurso de esos días, no pudo evitar
volver a pesar en el sujeto alto y misterioso que les salvó de los maleantes.
Los policías, a pesar de poseer una escena lógica en la que él había rescatado
a los niños, lo habían apresado junto a los otros dos; ¿Podría ser el malo
también? Se rascó la cabeza, ¡Qué extraños y complicados eran los adultos! ¡Siempre
pensó que la cárcel era para las personas malas!
Entre tantas conjeturas mentales, recordó la rosa que creyó ver en la
escena. Supo en cuanto lo comentó con Casper, que parecía ser otra alucinación, que era debido al hambre. Aunque era muy
poco probable, ¡Quien tiene hambre piensa en hamburguesas!
Rosas… Recordó a su madre sin poderlo evitar, mascullando para sí “Floriografía”.
Levantándose de su cama, se encaminó hacia el depósito de libros, repasando
mentalmente el lugar donde había visto los libros referidos a jardinería. Ese,
era un sitio en el que casi nunca buscaba, y que prácticamente prefería dejar
de lado… como la arquitectura, las columnas griegas, y los órdenes como el
jónico y dórico eran cosas que no comprendía. Ya estando frente a ellos, se dijo
que valía la pena, pues si su madre les leía, debía ser por algo.
“Hablar de Floriografía, es hablar del enigmático,
sugerente y silencioso lenguaje de las flores.
Algunos autores atribuyen el lenguaje de las
flores a los Griegos. Otros hacen referencia a los turcos en el S. XVII.
Es Lady Mary Wortley, esposa del embajador
británico en 1718 y durante sus visitas a Turquía cuando descubre “El Lenguaje
de las Flores”, y así lo hace saber exponiéndolo en una de sus cartas. Los
europeos se hacen eco de tal curiosidad y no se hacen esperar, raudos y veloces
deciden sacar provecho de tal concepto.”
(…)
“Las flores nos deleitan y seducen con sus encantos,
pero encierran sentimientos, creencias, supersticiones, costumbres, deseos,…
Las flores son protagonistas preferentes e inspiradoras de: mitos y leyendas
(apareciendo como espíritus tanto dañinos como benéficos), exquisitas y
elegantes piezas musicales como por ej.: el Vals de las Flores o “El
Cascanueces” de Tchaikovsky, poetas como Thomas Hood (1799- 1845) que escribió en
su poema “El lenguaje de las flores”: “las flores por sí solas expresaban lo
que la pasión temía revelar”, y pintores como Van Gogh, que creó cuatro
versiones de los girasoles y otras tres más en 1889. Tras el altercado que tuvo
con Gauguin, Van Gogh recordará con nostalgia esta pintura y en su carta 573,
dirigida a su hermano Theo, reproduce estas palabras entre otras: “Tú ya sabes:
La peonía es propia de Jeannin, la malva de Quost y el girasol es propio de mí”
Recordó la nota de su madre en su diario “Carlos II trajo a Suecia en el siglo XVII el Arte del Lenguaje de las
Rosas”
Apretó sus labios y dejó el libro sobre su regazo, el tema estaba
interesante y parecía que a su madre le fascinaba. Aunque el arte en si se
había olvidado desde que fue traído desde Persia, hasta a su país; aun hoy día
había un vestigio del mismo: prueba de ello eran los “mensajes” que a través de
los arreglos florales regalados a amantes o seres queridos se les daba, o en su
significación y mezcla con varios aspectos artísticos.
Una iglesia al momento de recibir a un par de novios para su matrimonio
está atestada de rosales. De igual manera, estas perfuman la estancia del mismo
templete a la hora de un funeral.
El cinismo cae sobre el escenario de Broodway en forma de rosa, en el que
una anoréxica y triste artista a quien todos juzgan da un espectáculo,
igualmente, es el secreto marchito de una casa que se ha quedado sin nadie
cuidándola.
En una película, en proceso, se queman rosas tras un desenfreno.
Y el hermoso símbolo es mentiroso: tanto como una falsa Acacia, o como el tallo espinoso de una Alba Astrée.
Es, sin más, el genocidio de la oscura tempestad mortal secuestrando la
primavera. La hermosura de la bestia y el amor platónico de algún filósofo. Una
rosa es Garbo, es vida y es muerte, puesto que custodia la sonrisa de la novia,
que tendrá hijos y una nueva vida, y las
lágrimas del sepelio, que asegura noches largas y tempestuosas. Noches, que
finiquitan el final irrevocable de una miserable
existencia.
-me duele la cabeza-
Cavilaba considerablemente.
Las monedas estaban sobre la mesa, la lluvia continuaba regia fuera, no
podría ir por el pegamento aun. Aunque era de madrugada, podría estar seguro en
que la lluvia no cesaría pronto. Acacia le había enseñado a oír la voz de la
lluvia, y esta insistía en continuar durante mucho rato, quizás, afligida por
los robos de los niños. Reculó para susurrar: “Dios está triste”
Se increpó por enésima vez al resonar en su cabecita el desventurado evento
de sus manos desesperadas rasgando el diario de su madre, hasta que un sonido
en específico llamó su atención: un aullido.
Miró hacia el pasillo contiguo desde el depósito de libros, dudando en
dirigirse en búsqueda de la singular eufonía o no. Resolvió hacerlo,
levantándose y caminando con cuidado y lentitud entre la oscuridad. La lámpara
del depósito no alcanzaba para darle la luminaria necesaria, y pensar en
encender el interruptor siempre era algo que no cruzaba con su mente. Su tregua
con Neftis en la oscuridad de la casa era un capricho que había aparecido desde
hacía mucho. Encender la luz era como hacer enojar a su madre, en oscuridad,
podría esconderse de sus miedos.
No obstante en ese segundo sus miedos estaban escondidos también en la
oscuridad, y sabiendo eso, se movía cada vez más lento. Evitando así la
torpeza. Llegó finalmente, dubitativo, andando con sigilo. Triunfante de haber
al menos, cruzado el largo pasillo.
Los aullidos habían eventualmente aumentado y ahora, escuchaba rasguños…
giró sus ojos azules entre la oscuridad hacia el enorme pórtico de madera caoba
oscuro. Dirigiéndose con sus brazos extendidos.
El rasguño fue más fuerte en un momento.
Frunció el ceño y posó ambas manos para lograr girar el picaporte dorado.
Con una mano siempre era imposible. Tenía miedo de abrir, Alfred Hitchcock
continuaba amedrentándolo ¡Dejaría en definitiva de verlo! Tembló y se
descubrió cobarde en cuanto no abrió la puerta. Los aullidos y rasguños
rebotaban entre el eco que dejaba la espesa lluvia; se armaría de valor: no
podía dejar que algo así pudiese triunfar sobre su persona… Una idea lo abordó,
si lograba abrir y cerrar la puerta de manera veloz, podría resolver su
miedo-curiosidad.
¡Claro! Solo debía ser un movimiento rápido; preparando sus dedos, llevó en
práctica el plan. ¿Resultado? Nada. Absolutamente nada.
Se sintió un completo tonto, tanto suspenso solo por la llovizna.
Suspirando se giró sobre sus talones, aunque estaba decepcionado de sí mismo,
no podía negar que se sentía un poco mejor, al menos no era ningún espectro o
fantasma acechándolo. Ya cerca del umbral del depósito, escuchó un nuevo
sonido, era un golpe sobre la madera de la habitación que acababa de abandonar.
Tembló. ¡El espectro infernal había entrado! Se giró veloz, traicionando su
tregua de negrura, imposibilitado al miedo, alcanzando el interruptor de luz.
Lo que divisó lo dejo completamente atónito, lo que había caído solo había sido
su zapato que había dejado sobre el buró de la sala, colgando de la tela que
adornaba el mismo, sin embargo, había un gato blanco colgando de sus uñas.
Emparamado y maullando desconsolado, parecía una caricatura frente a sus ojos.
-Un gato- exclamó Afrodita aliviado –P-pero…- miró a ambos lados confundido
-¿C-cómo? ¿Dón… de está…?
Sin comprender bien la rara situación, se acercó a la pequeña criatura que
acabó en el suelo. Se agachó para tomarlo entre sus manos, y acariciándolo, jaló la tela sobre el
buró que el animal había rasguñado, pudiendo con esta, secar la humedad
dispersa por su pelaje blanco.
<<Un amigo, un
compañero o un hermano>>
Recordó sin más a Acacia y a su insistir con el deseo y el pastel. Al
regresar a la casa con la bolsa de papel y las viandas, cumplió lo que
prometió: comer pastel y pedir un deseo. Y ese deseo había sido claro. ¿Se lo
habían cumplido? Divagando en ello, con sus pequeñas manos inspeccionando al
animal, buscó un collar o indicio de dueño. Nada.
Entre el pelaje de un costado, solo divisó un profundo rasguño, y al
tocarlo, le oyó quejarse estrepitosamente. Probablemente por ello, el gato
pedía ayuda, y sus movimientos eran tan torpes. Sonrió, claro que le socorrería, el amigo
compañero o hermano al fin había llegado para poder así terminar con su desventura.